sábado, 20 de octubre de 2012

Quietāre.

Una luz. Una luz, allí, a lo lejos. ¡Dios!, llevo todo el día queriendo alcanzarla; es terriblemente atrayente. Tiene una fuerza que surte sobre mí un efecto devastador. Nadie lo entiende: dicen que es solo una insignificante luz, algo que brilla y que pronto se apagará. ¡Joder! Nadie me quiere escuchar, nadie quiere verla como yo la veo.
Me da igual, intento todo lo que puedo. La llamo; no viene. Intento reflejarme en ella para que pueda entrar en mí; nada. Busco en otros sitios algo que se le parezca; ni rastro. No puedo sustituirla, no sé hasta dónde puedo llegar para adelantarla y poder atraparla... y para variar empieza a oscurecer.
¡Mierda, mierda!, tengo que hacer algo rápido, su peor enemigo acecha y amenaza con arrebatármela. Y entonces es cuando realmente empiezo a dejarme la piel en ello. Grito, chillo, pataleo, intento quitarle el sitio... paso a relajarme, a engatusarla, a adularla... para terminar en la impotencia, la resignación, el cansancio. Y ella parece no inmutarse; parece rendirse al enemigo lenta y dolorosamente. Se va apagando, cada vez es menos nítida, la imagen.
Se acabó, es mía. Nadie va a arrebatármela. Y cuando digo nadie es nadie. Dejo que gane la oscuridad, que se la trague, que la absorba. Una vez más, como cada noche, desaparece. Pero yo sé que, en esa penumbra, se acordará de mí. Es inteligente y sabrá apreciar todo lo que hice por alcanzarla algún día. ¡Oh, sí!, vaya que sí lo sé. El Sol volverá cada mañana para recordarme que tengo que permanecer impertérrito en mi lucha. Y entonces estaré yo ahí para volver a intentarlo.

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