martes, 19 de junio de 2012

Idĕam.

No es tan difícil ni enredoso buscar la manera de que una persona seria, cuerda, organizada y sensata termine perdiendo los cabales, las maneras, las formas, los principios, el norte y el sur; termine poniendo su propio pellejo al límite, en la boca del lobo.
No resulta tan inverosímil la idea de agarrar un día una mochila e irme a que me recuerden por ahí todo lo que un día quise controlar y nunca pude. Cuesta más admitir todas las veces que puede llegar a escaparse de nuestras manos.

Fulgōrem.

Me dio por escucharlo, por pararme, darle al standby, y atender a toda aquella verborrea que, en parte, me parecía absurda. No supe si fue por el calor sofocante que hacía, por lo mal que había dormido o por el sabor tan sospechosamente amargo del café; dentro de mi hipnosis particular, creí tener algo de cordura.
Mejor no haberlo hecho, en mala hora se me ocurrió aquello. Un día que solo invitaba a ir a la playa. Silencio en todos los rincones de la calle, y yo tuve que elegirlo para meditar. Y tanto que parecía haber dicho: habló, habló, vaya si habló.
Resultó ser mi aburrido corazón. Resultó estar harto de no haber sido escuchado nunca en sus diecisiete años de vida. Resultó estar enfadadísimo, y resultó ser menos necio de lo que yo creí ser. Resultó ser el único que había intentado hablarme, resulté no ser merecedor de él. Resulté ser su maltratador personal y resulté ser un homicida. Resulté estar peor de lo que imaginaba, pero más vivo que nunca. Resultó ser el momento idóneo para dejarme de malas noches y pasar a tener los mejores días.
El calor me hizo delirar, posiblemente.

domingo, 10 de junio de 2012

ἰῶτα.

Siempre que todos y cada uno de mis escritos reflejen tu mirada y perfumen el aire de mi habitación; siempre que tus besos me dejen sin aliento y respiración; siempre que me sienta completamente protegido entre tus brazos; siempre que el contacto de nuestros cuerpos me produzca un curioso y positivo placer; siempre que seas capaz de aparecer en todos mis sueños; siempre que el sentir de tu mirada me hipnotice; siempre que ocupes en mi cabeza tres de los cuatro cuartos del día; siempre que me duela haberme perdido una de tus miradas de reojo; siempre que el simple hecho de imaginar tu ausencia a mi lado cause en mí el mismo dolor que un navajazo en el estómago; siempre que absolutamente todo lo que me rodea me recuerde a ti; siempre que te reflejes en mi mirada; siempre que me hagas creer en el amor; siempre, te querré.
Y bienvenido sea.

Chimaera.

¿Sabes qué? No me creo ninguna de las patrañas que me escupes. Me parece completamente inverosímil la idea de que exista un sentimiento tan fuerte y verdadero como el que me intentas hacer ver. No me creo que yo sea el destinatario de tan intenso cariño y afecto que se resume en el supuesto (e hipotético) amor.
¿Que qué es lo que creo? Se te ha ido totalmente la pinza. Dicho sentimiento solo puede ser fruto de la locura y de la ilusión que me intentas transmitir y contagiar. ¡Esto no es ningún juego! Todos podríamos salir perjudicados y heridos.
Ahora bien, dame razones y actos que demuestren la verdad que se esconde detrás de tus insignificantes y mordaces palabras. Éstas se las lleva el viento, ¿no es así? 
Y por qué no, ¡sal a la calle en bolas pregonando a los cuatro vientos que me amas (hasta que tu voz se desgarre por completo sufriendo la ira de la afonía)!
Hasta entonces, no me quieres.

Odĭum.

Tengo un puñado de sueños rotos unido a tus ansiosas ganas de irte de mi lado que culminan con un horroroso dolor que me oprime fuertemente el pecho, y que a su vez, termina con una vertiginosa y aplastante caída de mi orgullo. Ésta, a la vez, fuerza la pérdida absoluta de la estima por la que alguna vez sudé y luché y que nunca volveré a ver.