sábado, 20 de octubre de 2012

Totus.

Porque si nos encontramos en un lugar recóndito, entre pura naturaleza, perdidos entre arbustos, bayas venenosas, bichos que pican, pinchan, molestan, abrigados por un chaleco gordo e incómodo, sentados sobre una manta vieja, rajada, siendo alumbrados por un sol que ni calienta ni alumbra, y que encima amenaza con esconderse... porque si logro encontrarle la magia a toda desdicha en cualquier lugar, con cualquier paisaje de fondo y ropajes de cualquier manera... es muy probable que se den las condiciones idóneas para que me enamore de ti en ese mismo instante.
Porque no necesito lugares de ensueño ni vestimenta de gala ni una luz romántica y seductora... tu simple presencia es la que marca dónde (y cuándo) comienza a ser todo de tal manera.
Huir de todos los miedos, reproches, malas críticas y calcetines sucios que un día escondí bajo mi cama y perderme en islas paradisíacas entre aguas cristalinas y palmeras kilométricas. Contigo.

Tempus.

Vivo sin reloj. Me agobia la idea de pensar que un aparato con engranajes minúsculos y absurdos numeritos y manecillas me dirija el horario diario. Tampoco es tan malo vivir sin tiempo: acostarte cuando la luna asoma y despertar cuando lo hace el sol. O al revés.
Adoro eso de pasarme el día mirando el cielo. Observar las nubes, siempre juguetonas. Observar las manadas de pájaros y decir a un niño que van a casarse. Mirar el azul y ver que no hay héroe alguno surcándolo. Supongo que es esa inseguridad e ignorancia constante del ser humano la que nos lleva a necesitar héroes, ángeles de la guarda, amuletos de la buena suerte y, por qué no decirlo, a ti. A esos ojos que me da miedo mirar porque siempre predicen cada uno de mis movimientos. A ésos, que me juzgan y dominan sin parar. A esos criminales, que no me dejan dormir tranquilo, que hacen que me derrita, sin importar la hora que sea. Sin importar durante cuantísimo tiempo.

Felicitas passionis.

Sigo sin entender eso de que dos más dos es cuatro y no tiene ninguna salida más. Me aburren las películas de amor, estas que empiezas a verlas y ya sabes cuál será el final; no las soporto. Adoro los días en los que siento que no se puede querer más a alguien y aborrezco los que no quiero ni hablar con mi propia sombra.
Echar un polvo después de semanas de abstinencia me parece uno de los mayores placeres que hay en la vida, seguido de los viernes de pipas y las tardes de terapias de chocolate. Jamás escupiré en la calle pero nadie me va a quitar eso de lanzar el chicle desde la boca hasta la acera de enfrente.
Todos los bordillos sin excepción son amenazas de muerte para mí, pero sin embargo no hay reto ahí fuera que se me resista. Lo peor de todo es que sé ser el más egoísta, pero el más bondadoso al mismo tiempo y nunca me voy sin decir la última palabra.
Opino que nunca viene mal eso de quejarse de todo durante un día entero, la frase ''qué asco de vida'' nunca debería ser utilizada en vano y cantar cuando nadie te oye... ¡oh!, eso sí que me apasiona.

Tu egoque.

Ya puedes ir cancelando toda clase de plan o intención de alejarte, tan siquiera, dos centímetros de mí, ya que a estas alturas no me queda otra que retenerte. Así que quédate, instálate aquí cerquita y que no se te ocurra moverte; que todavía tengo demasiadas tonterías que confesarte, historias sin sentido que representarte y alguna que otra sonrisilla o lagrimilla que arrancarte. Y sobre todo, mucho por quererte. Mucho por querernos.

Quietāre.

Una luz. Una luz, allí, a lo lejos. ¡Dios!, llevo todo el día queriendo alcanzarla; es terriblemente atrayente. Tiene una fuerza que surte sobre mí un efecto devastador. Nadie lo entiende: dicen que es solo una insignificante luz, algo que brilla y que pronto se apagará. ¡Joder! Nadie me quiere escuchar, nadie quiere verla como yo la veo.
Me da igual, intento todo lo que puedo. La llamo; no viene. Intento reflejarme en ella para que pueda entrar en mí; nada. Busco en otros sitios algo que se le parezca; ni rastro. No puedo sustituirla, no sé hasta dónde puedo llegar para adelantarla y poder atraparla... y para variar empieza a oscurecer.
¡Mierda, mierda!, tengo que hacer algo rápido, su peor enemigo acecha y amenaza con arrebatármela. Y entonces es cuando realmente empiezo a dejarme la piel en ello. Grito, chillo, pataleo, intento quitarle el sitio... paso a relajarme, a engatusarla, a adularla... para terminar en la impotencia, la resignación, el cansancio. Y ella parece no inmutarse; parece rendirse al enemigo lenta y dolorosamente. Se va apagando, cada vez es menos nítida, la imagen.
Se acabó, es mía. Nadie va a arrebatármela. Y cuando digo nadie es nadie. Dejo que gane la oscuridad, que se la trague, que la absorba. Una vez más, como cada noche, desaparece. Pero yo sé que, en esa penumbra, se acordará de mí. Es inteligente y sabrá apreciar todo lo que hice por alcanzarla algún día. ¡Oh, sí!, vaya que sí lo sé. El Sol volverá cada mañana para recordarme que tengo que permanecer impertérrito en mi lucha. Y entonces estaré yo ahí para volver a intentarlo.

Exĭtus.

Me obsesiono irrevocablemente con el hecho de que ni tú ni nadie podrá identificar el mensaje oculto que puede esconder cada adoquín de la acera. Suena absurdo, ¿verdad? Pero tristemente es la realidad que vivimos día a día, ya que a medida vamos andando, construimos lo que en un futuro serán nuestros pilares; de modo que, por qué no explorar y empezar por aquello que nos mueve, que no es más que nuestros propios pies.
Dicen por ahí que la curiosidad mató. Yo no me creo nada, y defiendo su papel como impulsor; piénsalo, podría ser nuestro triunfo.

Splendor.

Y si tropieza, que tropiece, se caiga y se dé el trompazo de su vida. Y si le apetece llorar, que llore, que se deshidrate que se deje los ojos hechos un cristo. Que si le apetece comer, que se ponga ciego a profiteroles y luego apenas pueda vivir para contarlo. Si no le apetece vestirse, que salga en chándal día sí, otro también, y que si le apetece cambiar de canal, que se compre el satélite. Pero ante todo, si le apetece amar, que ame hasta quedarse el los huesos, ser consumido por las ojeras esperando su llamada, obsesionarse enfermizamente, desgastar el cerebro dándole vueltas a todas y cada una de las miradas de reojo que creer haberte perdido. ¡Que ame hasta morir de locura! Que haga lo inevitable, y bienvenido sea.

Pedōnis.

No entiendo (siendo la lógica aplastante, el razonamiento irrefutable, la conciencia y la moral más humana y tierna, nuestras mayores virtudes) el porqué de aquel rollo sobre la libertad y la capacidad de elegir, si al fin y al cabo, actuamos siempre de la manera más estúpida, infantil, predecible y desastrosa, con el mayor índice posible al fracaso.
Nadie nos habla de nuestra poca capacidad de predecir lo inevitable cuando, por puro capricho, nos da por no atender a la evidencia y actuar según nos dicte el momento, el viento o cualquier estupefaciente que hayan vertido furtivamente en nuestra bebida. Supongo que el masoquismo será un gaje más del oficio.

Flaccorum.

...así, quedas convencido de que, efectivamente, te encuentras donde debes estar, cuando debes estar. En el lugar y el momento exactos. Y que, contra todo pronóstico, estás siendo testigo de unas pocas cosas que hacen que todo se congele; todo, incluido tú. Y lo único que puedes hacer es preguntarte cuánto tiempo más pensaba Dios esperar para hacerte la entrega. Es ahí, en definitiva, cuando se convierte en eso, El Día.

martes, 17 de julio de 2012

Enyorança.

La imposibilidad de expresar este sentimiento de amor-impotencia proyecta en mi mente un cúmulo de sensaciones (tanto explosivas como nocivas) que me lleva a recordar el ayer; en el que escondíamos los "te quiero" y frenábamos lo innegable.

martes, 19 de junio de 2012

Idĕam.

No es tan difícil ni enredoso buscar la manera de que una persona seria, cuerda, organizada y sensata termine perdiendo los cabales, las maneras, las formas, los principios, el norte y el sur; termine poniendo su propio pellejo al límite, en la boca del lobo.
No resulta tan inverosímil la idea de agarrar un día una mochila e irme a que me recuerden por ahí todo lo que un día quise controlar y nunca pude. Cuesta más admitir todas las veces que puede llegar a escaparse de nuestras manos.

Fulgōrem.

Me dio por escucharlo, por pararme, darle al standby, y atender a toda aquella verborrea que, en parte, me parecía absurda. No supe si fue por el calor sofocante que hacía, por lo mal que había dormido o por el sabor tan sospechosamente amargo del café; dentro de mi hipnosis particular, creí tener algo de cordura.
Mejor no haberlo hecho, en mala hora se me ocurrió aquello. Un día que solo invitaba a ir a la playa. Silencio en todos los rincones de la calle, y yo tuve que elegirlo para meditar. Y tanto que parecía haber dicho: habló, habló, vaya si habló.
Resultó ser mi aburrido corazón. Resultó estar harto de no haber sido escuchado nunca en sus diecisiete años de vida. Resultó estar enfadadísimo, y resultó ser menos necio de lo que yo creí ser. Resultó ser el único que había intentado hablarme, resulté no ser merecedor de él. Resulté ser su maltratador personal y resulté ser un homicida. Resulté estar peor de lo que imaginaba, pero más vivo que nunca. Resultó ser el momento idóneo para dejarme de malas noches y pasar a tener los mejores días.
El calor me hizo delirar, posiblemente.

domingo, 10 de junio de 2012

ἰῶτα.

Siempre que todos y cada uno de mis escritos reflejen tu mirada y perfumen el aire de mi habitación; siempre que tus besos me dejen sin aliento y respiración; siempre que me sienta completamente protegido entre tus brazos; siempre que el contacto de nuestros cuerpos me produzca un curioso y positivo placer; siempre que seas capaz de aparecer en todos mis sueños; siempre que el sentir de tu mirada me hipnotice; siempre que ocupes en mi cabeza tres de los cuatro cuartos del día; siempre que me duela haberme perdido una de tus miradas de reojo; siempre que el simple hecho de imaginar tu ausencia a mi lado cause en mí el mismo dolor que un navajazo en el estómago; siempre que absolutamente todo lo que me rodea me recuerde a ti; siempre que te reflejes en mi mirada; siempre que me hagas creer en el amor; siempre, te querré.
Y bienvenido sea.

Chimaera.

¿Sabes qué? No me creo ninguna de las patrañas que me escupes. Me parece completamente inverosímil la idea de que exista un sentimiento tan fuerte y verdadero como el que me intentas hacer ver. No me creo que yo sea el destinatario de tan intenso cariño y afecto que se resume en el supuesto (e hipotético) amor.
¿Que qué es lo que creo? Se te ha ido totalmente la pinza. Dicho sentimiento solo puede ser fruto de la locura y de la ilusión que me intentas transmitir y contagiar. ¡Esto no es ningún juego! Todos podríamos salir perjudicados y heridos.
Ahora bien, dame razones y actos que demuestren la verdad que se esconde detrás de tus insignificantes y mordaces palabras. Éstas se las lleva el viento, ¿no es así? 
Y por qué no, ¡sal a la calle en bolas pregonando a los cuatro vientos que me amas (hasta que tu voz se desgarre por completo sufriendo la ira de la afonía)!
Hasta entonces, no me quieres.

Odĭum.

Tengo un puñado de sueños rotos unido a tus ansiosas ganas de irte de mi lado que culminan con un horroroso dolor que me oprime fuertemente el pecho, y que a su vez, termina con una vertiginosa y aplastante caída de mi orgullo. Ésta, a la vez, fuerza la pérdida absoluta de la estima por la que alguna vez sudé y luché y que nunca volveré a ver.